23.10.05

“Me gustaría que me recordaran como un buen amigo”

Eso decía el padre Carlos Cajade, fundador del Hogar de la Madre Tres veces Admirable, en una entrevista que le hice hace cuatro años, en octubre de 2001. “Porque ser buen amigo implica muchas cosas: buen amigo de mis amigos, buen amigo de los chicos, buen amigo de Dios…” El curó habló de su infancia y su juventud, de sus amigos, de cómo vivió los años de la dictadura, de la política y los políticos, de sus pasiones y de sus sueños.

Pantalón de jean, cinturón de cuero marrón, camisa azul. Tiene la barba cana bien recortada y un pequeño peine asoma del bolsillo trasero de su pantalón. Con las llaves del auto en la mano izquierda y el celular Motorola color gris colgando del costado derecho, Carlos Cajade entra en la misma casa donde vivió los años de su infancia. Esa casa de 122 entre 63 y 64, con la que sigue soñando como era entonces, en los años ’50, en la que debió sufrir junto a su madre y sus cuatro hermanos la muerte de su padre. Ahora ya no es una casa sino una imprenta, que da trabajo a un puñado de jóvenes que ayer abrían puertas de taxis y hoy manejan computadoras. Él tampoco es el chico inquieto y despistado de aquella época: tiene 51 años y es el padre Cajade, fundador de una obra destinada a recuperar a los chicos de la calle que ya tiene más de tres lustros de vida y cada vez se expande más.
Cajade se acomoda en una oficina abigarrada de papeles, donde un muchacho trabaja con una computadora; se sienta dándole la espalda a otro monitor encendido. Hay varios teléfonos, una ventana que da a la calle, muchas carpetas. En las paredes cuelgan retratos de Ghandi, la Virgen María y Jesucristo, y en una foto, en plena marcha, él junto a Víctor de Gennaro, líder de la CTA. Bajo el vidrio del escritorio se exhiben fotos de niños, muy cerca unas de otras, y el rostro de la Madre Tres Veces Admirable, la Virgen de Schoenstatt, patrona del hogar. Deja las llaves y el celular sobre el vidrio, pero en ningún caso sus movimientos parecen gestos de opulencia.

—¿Cómo fue acostumbrarse a la popularidad?
—Yo soy un tipo muy querido, pero sé que no hay que confundir el objetivo. Lo importante es que María esté contenta conmigo. Si ella está contenta, está todo bien: la popularidad, o a veces el hachazo, porque también hay gente que no me quiere, que dice “ese cura es un hijo de p…” En serio. Lo que no hay que confundir es el objetivo, no hay que subirse al caballo. Si ella está contenta… Digo ella (la Virgen) que es como decir los niños en general, como decir mis amigos, como decir los seres queridos que uno tiene. Como decir Dios también. Si ellos están contentos, todo está bien.

Un barrio especial
Cajade admite que le gusta recordar cosas. “Recordar la vida siempre es un gusto—dice— más allá de que no han sido todas caricias. Pero sí tal vez lo hemos transformado a todo en caricias, porque a través de todo hemos aprendido”.
—Si pudiera viajar al pasado, ¿a qué momento de su vida iría?
—A mí me gustó mucho mi infancia. Acá pasé mi infancia, en esta casa. Mi infancia es muy linda. Yo todavía hoy sueño a veces en esta casa. Es la casa donde me crié, casi donde nací, aunque yo nací en Ensenada. Recuerdo una infancia no quizá con un nivel económico extraordinario, pero tampoco hemos pasado pobreza. Y muy linda a pesar de haber fallecido papá cuando éramos muy chicos…

El pequeño Carlos iba a la escuela primaria cuando murió su papá, y guarda muy pocos recuerdos de él. Pero evoca: “La figura de papá se agrandó mucho con los años. Creo que ha sido un educador sin estar acá, con todo lo que nos ha hablado la gente acerca de él”. La muerte de su padre obligó a Carlos a madurar un poco más rápido. Siendo apenas un adolescente, comenzó a trabajar en el frigorífico Swift y a estudiar de noche.

—¿Y su juventud, cómo la vivió?
—Yo formaba parte de una barra de pibas y pibes de acá de la zona, de este barrio que es un barrio intermedio, que no es La Plata porque te para el Bosque, y no es Berisso porque te paran los tanques. Es un barrio especial. Con toda la barra de acá íbamos al baile, íbamos a jugar al fútbol, íbamos a una iglesia también, porque nos habíamos hecho amigos de un cura de acá del barrio que era joven. Teníamos una vinculación natural con la iglesia. Todos, eh, desde el más vago, todos, porque era como un centro de encuentro: en vez de juntarnos en la esquina nos juntábamos en la parroquia.
—¿En qué momento preciso fue que sintió el llamado por el sacerdocio?
—Esa es una cosa que nunca alcancé a explicar bien con palabras. Yo estaba un día en una misa y tuve la sensación de que tenía que estar el lugar del cura que estaba ahí, hablando. Y además una sensación de alegría, tanta alegría, que me provocaba hasta llanto de alegría. Pero yo no se lo quería decir a nadie.

No se lo quería decir a nadie porque había un asunto que lo preocupaba: el tema de la pareja. “Una de las cosas que me retrasó para entrar al seminario —explica— fue pensar en la pareja humana. Yo andaba de novio, salía con pibas, así que tenía que pensar seriamente en eso…”

—Yo no se lo quería decir a nadie —continúa— porque yo no quería ser cura, porque ya te digo, el tema de la pareja me preocupaba. Y bueno, aguanté un tiempo y después lo encaré al cura. Me dijo: “Vamos a dejar pasar el tiempo. Si es una emoción nomás, se te va a ir. Si no es una emoción, si es algo que no depende de nosotros, no se te va a ir”. Y así fue. Estuve como cuatro años más: entré en el seminario recién a los 22.

“No están más, no están más, no están más”
Carlos Cajade entró al seminario recién después de hacer el servicio militar. Corría el año 1972. La dictadura de Lanusse estaba en retirada. Eran los tiempos del apogeo de las guerrillas urbanas, la masacre de Trelew y el primer retorno de Perón.

—¿Cómo vivió en los años ’70 la violencia política y la dictadura militar?
—Yo siempre fui un tipo con un tinte social muy fuerte. Y fui muy perseguido en el tiempo del “proceso”. Decí que estuve encerrado en el seminario. Dentro de todo, zafé por la Iglesia, porque la Iglesia me hizo zafar. Pero en general la pasé mal. Más cuando un soldado me vino a contar que yo estaba en las listas negras que habían aparecido en el centro de infantería…
—¿Estando en el seminario?
—Sí, yo junto a otros dos seminaristas más estábamos en esas listas. Hubo una mano que nos protegió. No sé de dónde ha venido pero… Una vez, con el tiempo, uno de estos seminaristas, que se llamaba Mario, se encontró con un tipo que fue Coronel en el tiempo del “proceso”, y este tipo le dijo, palabras textuales: “Ustedes tres se nos escaparon no sé cómo”. Siempre me quedaron grabadas esas palabras de Mario. Mario me las decía con susto, y eso que ya había pasado el tiempo.

“En el año ’86 u ’87 estaba viviendo con los chicos ya en el campo, y había veces que yo pensaba ‘no están más, no están más, no están más’. O sea que fijate cómo habrá quedado la psicología. Pasaron los años y no podía creer que ya había pasado esa cacería que, a todos los que teníamos un sentido social de la vida, nos había creado tanto terror”.

Una varita mágica
24 de diciembre de 1984. Carlos Cajade ya era párroco de la iglesia San Francisco de Asís, en 14 y 153, Berisso. A la salida de la misa de Nochebuena despide a los feligreses en la puerta. Pero ve que unos chiquitos no se van. Son tres hermanos.
—¿No van a comer a su casa?
—No. No tenemos qué comer en casa.
Cajade los acompañó a la casa. Encontró que su madre estaba sola allí y, efectivamente, no había comida. El sacerdote fue a comprar algunas cosas y cenó con ellos. Y esa cena fue el germen. Allí se comenzó a gestar el Hogar de la Madre Tres Veces Admirable.

—Hay alrededor de esa Nochebuena una especie de leyenda, como que en ese momento empezó todo. ¿Usted la siente de esa manera?
—Sí, sí, sí. Yo no tengo ninguna duda que fue así. Porque fue una satisfacción para ellos y para mí. Porque yo sentí esa noche una felicidad tan grande, siendo que era un lugar muy pobre, estábamos todos sucios… Fui a un almacén y compré cosas. Pero fue tan feliz ese momento. Yo siempre digo: ahí nació esa vinculación entre los chicos y nosotros. Nació una vinculación de amistad, de afecto y de respeto. Entonces nos veíamos después y nos abrazábamos y nos reíamos, y eso porque sabíamos que habíamos compartido ese momento de la vida, en que parece que fue una varita mágica que nos tocó esa noche. Por eso yo digo siempre que, por más que los chicos terminaron viviendo en casa recién tres meses después, el nacimiento de la casa fue esa noche.

El hogar hoy cobija a más de 80 niños y jóvenes, que fueron rescatados de la calle y hoy tienen una familia, estudian y trabajan, y fundamentalmente tienen la posibilidad de reintegrarse a la sociedad. Actualmente, la obra de Cajade se compone del Hogar (en 643 entre 12 y 13), tres centros de día (dos para niños y uno para bebés), un kiosco que funciona en la Legislatura, una granja y la imprenta Grafitos. Está proyectado que dentro de algunos años, por medio de estos proyectos productivos, la obra pueda autoabastecerse.

—¿Con la cúpula de la Iglesia, cómo se lleva?
—En general la Iglesia a mí, a la distancia, me ha respetado. Si me preguntás, te digo que me parece que en los últimos años se han dado más pasos para atrás que para adelante en la manera de pensar. El Concilio Vaticano II nos dijo que “los gozos, las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo son nuestros gozos, esperanzas, tristezas y angustias”, y a veces no lo veo reflejado a eso en la religión. Nos dice que no separemos lo humano de lo divino, que no se puede amar a Dios a quien no ves si no amás a tu prójimo a quien ves. Y a veces separamos mucho lo religioso de lo humano, y yo digo evangelizamos con un barniz, por arriba. Pero a pesar de todas esas diferencias, mi vinculación con la Iglesia es de distancia y de respeto.

Cajade es un hombre que tiene muchos amigos, y precisamente sus amigos destacan el inmenso valor que él le da a la amistad. Para la amistad, la religión no es un límite.

—Yo tengo muchos amigos, amigos que incluso dicen no ser creyentes. Yo creo que la no creencia tiene mucho que ver con el hombre en este tiempo. Porque yo qué gano si te digo “que Dios te bendiga” si después… Teníamos un presidente hasta hace poco que cada vez que terminaba un discurso te decía “que Dios te bendiga”. Y yo corría la cabeza para que no me pegara, porque con esa bendición íbamos al muere. Siempre tomaba decisiones en contra de los niños. Entonces de qué vale hablar de Dios si todas las decisiones que tomás van siempre en contra de los pobres y de los niños, que son los más amigos de Dios.
—Hay quienes dicen que usted tiene una “conexión directa con el de arriba”…
— Sí. Yo le tengo mucha confianza y él me tiene mucho cariño. Y así andamos en la vida. A veces no hablamos demasiado de la relación entre Dios y yo, porque me parece que estamos en una etapa que para hacerlo quedar bien a él tenemos que levantar al hombre. Porque hablar de él es lo que te decía recién. Mirá, había un educador en mi casa, que después se fue gracias a Dios, que era el más religioso de todos… Te hablaba de Dios todos los días, pero a los pibes los trataba para la… los trataba mal. Entonces cuando un día iba a hablar en la asamblea, yo le dije: “Pará. De Dios no hablés más, porque vos lo hacés quedar para la mierda”. Porque la gente iba a decir: si este cree en Dios, entonces no creemos. Le estaba haciendo propaganda en contra. Porque yo veía que me ponía en contra de Dios a la gente. Y a veces es lo que pasa. Hay mucha gente que está afuera de la Iglesia que tendría que estar adentro, y mucha gente que está adentro, tendría que estar afuera. Pero dejémoslo ahí.

Políticas & Políticos
Suena el Motorola gris que descansaba sobre el vidrio. Es una amiga de Cajade. “No, no me olvidé de vos…” Le dice que anda un poco cansado, que el estómago le reclama descanso. Hace diez días estuvo en Misiones y el próximo fin de semana debe viajar a Necochea. “El lunes seguramente voy a dormir, así que el martes te llamo. Quedate tranquila, el martes sin falta te llamo”. La tapa del celular cae y él retoma el diálogo.
Carlos Cajade suele decir que su máximo anhelo es que un día el Hogar desaparezca porque ya no haya necesidad de que los chicos acudan a él. Pero es consciente de la realidad económica del país, que parece ir en un camino diametralmente opuesto. No es optimista con la dirigencia actual, pero dice que tiene esperanza en la que “puede haber” en el futuro, y menciona a dos de sus amigos: Alberto Morlachetti, líder junto con él del Movimiento Nacional de los Chicos del Pueblo, y a Víctor de Gennaro. “Tengo mucha confianza en ellos —expresa—. Yo creo que si algún día pudiesen estar resolviendo causas y no consecuencias, como muchas veces estamos, pienso que me uniría a ellos en el sentido de poder desarrollar un modelo de país que vuelva a hacer felices a los niños”.

—¿Cuán cerca estuvo usted de integrarse a un partido político? Le han hecho ofertas…
—Me han hecho ofertas, sí, pero nunca estuve cerca. No. Y si pudiese no estar nunca, sería muy feliz así. Porque yo disfruto mucho lo que hago, y más en esta etapa. Disfruto mucho, mucho. Tanto en la parte humana como en la parte religiosa, porque aunque muchas veces no parezca, porque el estuche mío no da con la tradicional de un cura, yo disfruto mucho las dos cosas. Los tres grandes vínculos que tengo: la vinculación con la niñez, los pobres; la vinculación con los amigos; la vinculación con Dios. Disfruto mucho todas esas cosas. Si pudiera estar desde ahí, sería ideal, porque es desde donde doy más.

La guitarra y la pelota
Hay dos pasiones en la vida de Cajade, que quizás a veces quedan tapadas por sus tantas ocupaciones, pero que siempre están. La música es una; la otra, el fútbol.
—El otro día un grupo de jóvenes me invitó a tocar un poco de rock. ¡Lo disfruté eso…! Como si me hubiesen regalado un pedacito de cielo.
Fue el sábado 29 de septiembre en el Coliseo Podestá. La banda “La saga de Sayweke” presentaba su último CD y el dinero que se recaudara sería en beneficio del Hogar de la Madre Tres Veces Admirable. Cajade hizo el dúo de guitarras del tema “H y V” nada menos que con Skay Beilinson, uno de los líderes de los Redonditos de Ricota.

—Además fue tocar con un Redondo.
—Tocar con un Redondo ahí arriba… Son pequeños regalos, guiños de ojo que me manda Dios en este momento de la vida que los disfruto mucho.
—Es también un privilegio. Tocar con un Redondo no es algo que pueda hacer cualquiera.
—Sí También es cierto que a los Redondos lo siguen muchas veces los mismos chicos que nos siguen a nosotros. Hay una cosa un poco en común. Una señora me dijo: “No es casual que usted y los Redondos estén juntos”. Me lo dijo como una crítica, me lo dijo mal, porque no le gustaba que se hiciera un festival de rock ahí en el Coliseo Podestá. “No, sabe qué pasa”, le dije, “tenemos que promover la inquietud de la juventud. La juventud está afuera de todo. Un día que los jóvenes quieren hacer algo por un grupo de pibes, por los derechos de los niños, nosotros los grandes tenemos que promoverlo, señora”. “No, no es casual que ustedes se junten”, me dijo, y me lo dijo mal. La verdad que para mí es un orgullo. Ella me lo dijo desde otro ángulo, pero tiene razón.
—¿Es de ir a la cancha muy seguido?
—Voy a la cancha, aunque los domingos se me complica un poco. Pero tengo un latido muy fuerte con Estudiantes y fundamentalmente con Defensores de Cambaceres en esta etapa. Los sábados el radar mío está pensando cómo anda Defensores de Cambaceres. El otro día fui a bendecir la institución, hará un mes más o menos, porque cumplía 80 años. Mi papá atajaba ahí. Así que yo a Defensores de Cambaceres desde muy chiquito lo tengo en el alma. Y yo siempre cuento algo, se lo conté a la gente ese día, no conocían la historia. Papá falleció cuando éramos chicos. Entonces mamá siempre nos llevaba a la tumba de papá con unos trapitos, para que limpiáramos las plaquitas, y yo siempre limpiaba una que decía “Defensores de Cambaceres”.

Los ojos del cura bajan y hay otra pregunta: “¿Es muy calentón?” Hay un silencio, largo, como si pensara una respuesta que no es tan complicada. Hasta que alza la vista y muestra sus ojos colorados, tan rojos como la camiseta del equipo de su papá. Se explicaba: había estado mirando la plaquita que decía “Cambaceres”.
—Sí, soy calentón. Aunque en otra etapa era más. Ahora no, no tanto…

La vida es sueño
—¿Cómo le gustaría que lo recordaran?
Se repite la pregunta a sí mismo, en voz alta, como si no la hubiese comprendido, y la medita un rato largo. Después habla pausadamente.
—Creo que como un buen amigo. Porque ser un buen amigo implica muchas cosas: ser buen amigo de mis amigos, buen amigo de los chicos, buen amigo de Dios. Padre, amigo, hermano, son todas cosas que están muy relacionadas. Nunca me había puesto a pensar en eso. Pero sí, como un buen amigo.

Entonces llega la última pregunta. La va a escuchar, va a volver a agachar la cabeza, se va a volver a quedar en silencio. El muchacho, que permaneció todo el tiempo a su lado pero dando la espalda, trabajando en su computadora, va a silbar y exclamar en un susurro: “Qué pregunta…” Cajade va a volver a exponer sus ojos rojos y va a contestar, muy lentamente, y esta vez alguna lágrima va a escapársele.

—Si tuviera la posibilidad de elegir qué sueño tener esta noche, ¿qué soñaría?
—Soñaría que cada pibe pueda vivir en su casa con dignidad. Vos los ves que llegan con una desorientación… Después nosotros le damos afecto, el afecto que afuera no tenían, y tratamos de que se desarrollen, todo lo mismo que si hubieran podido vivir bien con sus familias. Pero igual no se compara. Lo bueno sería que todos pudieran vivir con su mamá y su papá en la casa. Después, bueno, están también los amigos, los afectos, pero creo que pediría eso. Vos le ves la cara de desorientación, que no tienen idea de dónde están, quiénes somos…

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1 comentario:

Roberto Iza Valdés dijo...
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