-Cuando uno escucha su nombre, lo primero que le viene a la mente es el teatro. ¿Usted se considera antes dramaturga que novelista?
-No, no. Yo siempre alterné la dramaturgia con la narrativa, incluso empecé con la narrativa. Mis primeros libros fueron de narrativa. Tengo una inclinación especial, además, por ese género. Solamente que la dramaturgia me hizo más conocida. Fue más acelerado el proceso de conocimiento de mi trabajo a través de la dramaturgia.
-¿Usted cree que las obras de teatro se tienen que representar inmediatamente de escritas?
-No inmediatamente, pero tienen menos tiempo de espera que la narrativa. Una novela puede esperar. De hecho, en la historia ha sucedido que una novela espere su tiempo muchas más veces que en el teatro. Aunque también en el teatro ha sucedido, pero el teatro tiene como una urgencia del escenario, necesita verse corporizado, en un espacio determinado, con un tiempo acotado. Tiene otras urgencias, necesita la comunicación casi inmediata con el público. Mientras que eso con la narrativa creo que no pasa.
-¿Le gusta presenciar las representaciones de sus obras?
-Si es una obra inédita, sigo los ensayos lo más que puedo, y voy a lo que se llama el ensayo general y al estreno. Pero después no. En ese momento ya se acaba un poco para mí. Ya está.
-¿Le pasó de no quedar conforme con una representación o con una puesta en escena?
-Sí, por supuesto. Pero esos son los riesgos del teatro. Una obra puede caer en manos de un director que no tenga coincidencia con lo que propone la obra, con el pensamiento de la obra. O puede ser también mal director, y entonces se produce un fracaso... Por ahí puede ser un éxito de público, pero para el autor es un fracaso. Pero acepto que las puestas pueden ser muy diferentes de la idea original que yo tengo cuando lo escribo: ahí hago mi propia puesta. Pero después cuando pasa al escenario es otro quien decide, es esa creatividad especial que se da en un escenario.
-¿Y eso le pasaba más antes que ahora?
-No, no... Además yo no me quejo, he tenido buenas puestas de parte de directores. No es que el director cambie la obra, sino que tiene forzosamente que cambiar el texto, tiene que darle otra proyección que es la escénica. No es eso, sino cómo cambia. Y eso esporádicamente pasa, de vez en cuando. Me equivoco yo, por lo general... siempre, no por lo general, siempre soy yo quien elige los directores de escena. Y puedo equivocarme. De hecho, me he equivocado, pero no con tanta frecuencia. Yo he trabajado mucho tiempo con Laura Yusem, que ha hecho muchas de mis obras, ya es como un elenco de trabajo que tengo con ella. Y también he trabajado con Alberto Ure, con Alicia Zanca, con Roberto Villanueva.
-La dictadura es un tema que en la literatura vuelve todo el tiempo. En su obra aparece de muchas formas distintas. Un libro suyo, por ejemplo, Ganarse la muerte, se reeditó acá después de que la dictadura lo censurara. ¿Aparece concientemente este tema?
-Uno trabaja con los datos de la experiencia, así que no necesita tener un propósito deliberado de escribir sobre la dictadura, sobre la historia, sobre tales personajes... Si esos datos de la experiencia sirven a la hora en que uno está escribiendo, los usa. No hay ninguna intencionalidad previa a la obra misma o a lo que pide el texto.
-Con respecto a la recepción de esas obras, que tienen que ver con la dictadura, ¿usted siente que tienen hoy más fuerza, o que son recibidas diferente, respecto de cómo fue en otro momento?
-Yo creo que en Dios no nos quiere contentos se habla de la dictadura, en Ganarse la muerte se anticipa... Si se reciben mejor, yo no lo puedo saber, porque a partir del 96 ó 97, que yo empecé a publicar mi narrativa que la tenía bastante abandonada, tengo algo así como "mis lectores". Son obras que van saliendo. No como best-seller, naturalmente, pero van saliendo poco a poco. No sé si eso se produce porque hay interés en los temas o porque la gente me conoce más y se interesa por mi narrativa.
-¿Cuáles son las principales diferencias que se dan en usted en el proceso de la escritura al sentarse a escribir teatro y cuando escribe una novela?
-Nunca sé. Nunca sé, realmente, por qué una idea o una imagen se me presenta para ese tiempo más lento que es la narrativa, o bien me pide ese espacio más acotado que es el escenario. Nunca sé cómo, pero lo sé.
-Cuando tiene una idea, usted ya sabe si va a ser una novela o una obra de teatro.
-Sí. Cuando empecé a escribir, al principio dudaba un poco. De hecho, he escrito algunas páginas de novela, que después pasaron al teatro, o hice adaptaciones de novelas mías, cortas, adaptaciones teatrales. Pero hace muchísimo tiempo que no hago eso. Un poco porque las novelas se han complicado, son más complejas, el argumento es menos lineal, menos cronológico también, con muchas alteraciones de tiempo o de lugar. Entonces sentía que la novela ya estaba ahí, que no me pedía que la pasara a otra forma. No tenía necesidad. Pero lo hice con Las paredes, por ejemplo, o El desatino, que inicialmente fueron novelas cortas.
-¿Lo atribuye a un motivo conciente que las novelas se vayan haciendo más complejas?
-No, porque empecé a escribir novelas aprendiendo. Creo que un aprendizaje eficaz es no embrollar demasiado la trama. Después uno tiene más seguridad en los propios medios. Y también el pensamiento se va haciendo más complejo a medida que uno madura, uno envejece y entonces también eso hace más complejo el material narrativo.
-¿Y cree que aprendió?
-No... Ni siquiera a escribir aprendés. Siempre surgen dudas, y siempre se aprende sobre la marcha. Yo no es que diga "voy a escribir una pieza de teatro". Antes de escribirla, no sé cómo se escribe una pieza de teatro. Lo sé a medida que surge esa idea, y empiezo a escribir, y entonces sí me sirve la experiencia pasada. Pero anteriormente no, no hay seguridades previas.
-Una vez Leopoldo Brizuela dijo que cuando el escritor termina de escribir una novela, no es el mismo, porque justamente la novela implica un aprendizaje. Entonces a veces es difícil consultar a un escritor por el origen de una obra, porque el que responde ya no es el mismo que aquel que la comenzó.
-El oficio de la literatura es un oficio muy difícil. Siempre la palabra, la ficción lingüística, hace oposición al propio deseo del autor o de la autora. No es un material dócil. No es "me siento a escribir y ya está".
-Brizuela siempre habla de usted, la reconoce como una influencia importante. ¿Encuentra esa influencia suya en las obras de él?
-Trato de no buscarla. No me importa. Todos tenemos influencias, el hecho es de qué manera usamos esas influencias, a qué otro estado las pasamos. Yo a Leopoldo lo conozco desde que tenía dieciocho años. Desde su primera novela, Tejiendo agua.
-¿Trabaja mucho actualmente?
-Siempre tengo mucho trabajo. Porque aun cuando uno no escriba, está siempre como escribiendo. Es un espacio vacío, no sobre el papel, sino un espacio de búsqueda, que uno no sabe bien adonde nos va a conducir. Y además, aparte de eso, escriba sobre papel (digo papel porque yo no tengo computadora) o en ese espacio de la búsqueda para escribir, tengo muchas cosas entre manos. Yo he escrito mucho y aparte yo manejo profesionalmente todo mi material. Y eso es como tener un negocio. Por otra parte, Buenos Aires es un lugar con mucha solicitación, muy invasor. Por un lado está bien que una se sienta solicitada, y por otro lado, provoca cierta impaciencia.
-¿La hace sentir un poco agobiada?
-Sí, porque hay que defender el tiempo. La gente te puede admirar mucho, pero no tiene idea del tiempo que se necesita para pensar, para escribir.
-¿Estaba haciendo traducciones?
-Sí, estaba mirando una traducción al italiano de De profesión maternal.
-¿Usted traduce sus propias obras?
-No, yo no las hago, pero las traducciones a los idiomas que conozco, no puedo dejar de mirarlas y corregir lo que haya corregible. Eso tambien es un trabajo agregado.
-Decía recién que Buenos Aires para usted es muy demandante. ¿Cómo ve actualmente el espacio teatral en relación con el espacio literario? ¿Cree que es más vigoroso?
-Se ve más, el teatro. Hace más barullo, tiene más prensa. Yo creo que es eso. No se puede hacer una definición justa, porque habría que hacer un estudio. O ser un poeta.
-¿Cuál es la percepción que usted tiene?
-El teatro pasa por un momento vigoroso. Pero se ven espectáculos buenos, malos, o hechos para estar en el escenario por una cuestión narcisista o comercial. Y de eso se entresacan algunas obras buenas. Y también se publican muchas novelas. A pesar de que dicen que no se leen, las editoriales están publicando muchas novelas. No todas buenas, pero están publicando.
-¿Lee novelas actuales?
-Sí, lo que puedo. No todo. Por ejemplo, leí ahora, con una sorpresa muy feliz, un libro de una salteña, que se llama Gloria Lisé, una novela titulada Viene clareando. Habla sobre la última dictadura, la experiencia de una chica, en Tucumán, lo cual ubica el tema de la dictadura, que siempre fue tratado por los porteños y algunos otros escritores del interior, en otro meridiano. Con este libro, en este pozo que es Buenos Aires, se nos abre el país. Una novela que para mí es muy buena. Naturalmente pasa inadvertida, porque es imposible mover los medios de comunicación para una escritora salteña desconocida. Pero se editó en Buenos Aires por la editorial Leviatán. Creo que es lo mejor que he leído últimamente.
-Dentro de su obra hay una novela especial: El mar que nos trajo.
-Cuenta la historia, apenas inventada, de mi familia, la migración desde Italia, el surgimiento de una estirpe.
-¿Fue una necesidad de contar su propia historia?
-En parte, sí. No por ser mi propia historia, sino porque era una historia que desde que me la contaron de chica, siempre me había gustado mucho. Había despertado mi propia imaginación. Hoy, justamente, buscando papeles viejos, encontré cuatro o cinco páginas que había escrito en el año 72, en primera persona, contando esa historia. Pero nunca encontraba la manera, el cómo contarla. Hasta que mirá cuántos años pasaron. Y de pronto surgió que tenía que contarla de esa manera, como la conté. En tercera persona y con cierta distancia de los personajes.
-¿Por qué vive en Don Bosco? ¿Para salir del agobio de Buenos Aires?
-No. Hasta los veintisiete años viví en la Capital. Cuando me casé estuve uno o dos años más, y después me fui... Fue una cuestión concreta, económica. Es un tema italiano, que yo tardé en hacer porque cuando me casé no podía: ahorrar un poco con lo que uno trabajaba, comprar el terreno. Después hice una casa de un piso, cuando vinieron los hijos le agregué el primer piso...
-¿Le aporta algo literariamente vivir en el Conurbano?
-Me da una tranquilidad que para mí es fundamental. Además no me gustaría vivir en el centro, salir y el ruido, los coches... Yo tengo un jardín, pequeño pero jardín... Hay otro contacto con la naturaleza, el cielo más abierto.
-¿Tiene rituales para escribir?
-Escuchar la radio. Música, nadie que hable, o poner un compacto, música...
-¿Qué música escucha?
-Lo popular... música clásica.
-¿Escribe sobre papel?
-La primera versión la escribo en papel, a mano. Pero enseguida lo paso a máquina porque necesito la claridad. Ahí vuelvo a corregir. Pero paso mucho a máquina.
-¿Corrige mucho?
-Depende. Hay cosas que a la primera salen bien escritas, y hay otras que son más dificultosas.
-¿En estos momentos no está escribiendo?
-No. Estuve pensando un cuento para chicos, ya he publicado el año pasado dos, este año otros dos.
-Usted dijo alguna vez que no es de andar tomando apuntes en papelitos de lo que se le ocurre en algún momento, porque si la idea es fuerte tiene que volver. ¿Se arrepintió alguna vez de no haber anotado algo?
-No, no... porque pienso que si no volvió es por alguna razón. Tal vez era una idea banal. Pasa como con los sueños. Si uno escribe en sueños... a mí a veces me ha pasado de escribir en sueños, y escribir algo perfecto, y después cuando uno despierta, trata de escribir eso, si es que lo recuerda, y no es lo mismo. Así pasa con esas ideas. Yo creo que, ya lo decía Felisberto Hernández, uno tiene que esperar a que nazca la plantita, y que crezca lo mejor posible. Uno no puede acelerar el crecimiento, no puede imponerle a esa plantita su voluntad.
-¿Tiene alguna novela inédita?
-No. Estaba Promesas y desvaríos, pero ya está editada. Lo que pasa es que yo no sé qué sucedió con esa novela, que no tuvo crítica. Se editó el año pasado. Igual, algo se vendió... La que saqué después, que era una reedición, Después del día de fiesta, esa tuvo crítica. Promesas y desvaríos es una novela que continuaba a Dios no nos quiere contentos, yo la iba a editar en el 87, con otra editorial, Argonauta. Pero después vino la hiperinflación, y yo tenía otros trabajos entre manos, y la fui dejando y dejando...
-Allí aparece el mismo personaje: Tristán.
-Sí... Pero los libros hacen su camino. Pueden tardar. Puede ser que uno no vea el camino que hacen. Pero los libros hacen su propio camino, tienen sus propios lectores, por ahí no aparecen hoy y aparecen mañana. No hay que ponerse demasiado ansiosa, ¿no? Esto es lo que no advierto hoy, a veces los jóvenes son muy ansiosos, sacan una novela y ya quieren que esa novela sea exitosa... Pero el camino es muy largo, exige mucha paciencia.
-Camino además azaroso, ¿no? Porque uno no sabe cuál puede ser el destino de un libro, dónde puede encontrar a su lector...
-Claro. Incluso, la perdurabilidad no la sabe. Yo de alguna perdurabilidad tengo idea porque algunas de mis obras, que escribí hace treinta años, se siguen dando. Eso me alegra, que sigan transitando por ahí. Pero es difícil saberlo.
-Pasa un poco también por la vigencia que pueden seguir teniendo ciertos temas, como la violencia.
-Claro, pero siento que en cuanto al manejo del lenguaje, no está solamente la literatura pegada al tema, ¿no? Ahí depende la calidad lingüística, la lírica de ese texto, influyen otras cosas, que hacen a la permanencia de ese texto, o no. Supongo que tienen que tener, eso se ve mucho con las piezas de teatro, tener un sentido que tiene que ser más trascendente, que pueda ser para un mañana y para otro público.
-En ese sentido, creo que en sus obras se logra ese carácter de "ser perdurable".
-¿Perdurable? Bueno, no sé, para la eternidad... es mucho, ja já.
-Sí, es cierto. Pero digamos, en términos humanos.
-Sí, pienso que sí. Es como, por ejemplo, cuando se dan las piezas en otros lugares. Fueron pensadas para la Argentina y para el público argentino, pero bueno, se dan en Francia y no sé, la gente no sé si entiende lo mismo, pero algo le dice esa obra, para que sea representada y que sea vista.
-¿Es un efecto positivo de la globalización?
-¡No, yo estrené en Europa antes de la globalización! Hay una obra mía chiquita, cortita, que se llama Decir sí, que tuvo muchas representaciones. Y yo la vi en Estados Unidos. Son dos personajes, y uno de los personajes lo hacía a lo Woody Allen, con mucho humor. Y la gente se reía y participaba mucho. Así que no... Nos pasa a nosotros, con obras inglesas o norteamericanas o francesas. Seguramente no entendemos lo que entienden o lo que reciben ellos, pero algo nos llega, u otra cosa, por ahí lo enriquecemos con alguna percepción distinta.
-Sí, seguro que hay alguna resignificación. Como también la debe haber, por ejemplo, entre leer Ganarse la muerte en el 79 y hacerlo hoy.
-Claro, claro. Igual, ahí no conozco, no sé tanto qué es lo que pasa hoy y qué pasaba antes. Sé que antes tal vez... Porque Ganarse la muerte tiene mucho humor negro, en la escritura. Lo que sucede es que lo que le pasa al personaje es tan fuerte que la gente no se engancha tanto con ese humor. Por eso es que hoy, como hay más distancia, por ahí funciona más el humor.
-Me acordaba de una escena terrible, que por ahí define un poco esa sensación: en Dios no nos quiere contentos, la de los ancianos del circo, que se tienen que parar uno sobre otro. Creo que define un poco esta cuestión del absurdo, de la tragedia.
-Y creo que tiene humor. La escritura tiene humor: la situación no lo tiene. Y eso no sé si lo aligera o lo hace más terrible.
-Quizás esa escena defina la obra suya, en general.
-Puede ser... Puede ser en algunas obras, no en todas. Pero se da en muchas obras, creo que en la mayoría de las novelas, no tanto en el teatro, donde a veces entro más en una tesitura dramática donde no funciona tanto el humor. Eso funcionaba en El desatino, pero en otras piezas no.
-¿Para el futuro qué proyectos tiene?
-El año próximo voy a editar en Norma, que me está editando mi obras, una serie de cuentos sobre animales, que se llama Los animales salvajes. Y terminé dos obras de teatro, pero no sé... Una por lo menos, no la daré el año próximo por distintos motivos de función. Y tengo otra pieza más breve, que no sé si se estrenará o no se estrenará el año próximo. Vamos a ver.
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