28.12.08

Entrevista a Leopoldo Brizuela: "Cuento historias para entenderlas, para comprender"

Acaba de cumplir 40 años y es reconocido como uno de los mejores narradores de su generación. Saltó a la fama literaria cuando ganó en 1999 el Premio Clarín de Novela. Pero Brizuela es mucho más que Inglaterra, una fábula, la obra ganadora de ese concurso. Nos recibió en el departamento de Villa Elisa en el que vive desde hace unos años, y habló de sus búsquedas, su estilo, sus miedos, los indios, de la Argentina y de su último libro, Los que llegamos más lejos, publicado por Alfaguara el año pasado. "Cuento historias para entenderlas, para comprender", define el escritor: esta entrevista es como una mirada, un asomo apenas, al tan rico entramado secreto de su literatura.

-Hay un concepto que en tus obras se repite muy insistentemente, que es el de la comprensión. Me llamaba la atención, porque la idea que parece subyacer es que no puede alcanzarse la comprensión, o se la alcanza muy cerca de la muerte, o tiene una relación muy cercana con la muerte. ¿Te parece que es así?

- Sí, la comprensión absoluta no creo que exista. Lo que pasa es que yo en realidad juego con esos conceptos y al escribir uno no sabe bien adónde va. No es que yo tenga una teoría demasiado clara; y cada vez la tengo menos. Voy manejando ciertos tópicos, pero no es que tenga una idea muy clara de lo que voy a decir. Hace poco, en Australia, una tarada hizo un análisis sobre mi obra, Inglaterra, y ponía que yo era un posmoderno porque escribo historias que otros vivieron, como que mi tarea es escribir la experiencia de otros. Parece que eso es posmoderno. Yo la verdad que creo que siempre escribo la historia de mis abuelos. Te quiero decir: otros ven como conceptos teóricos lo que en mí es natural. Pero creo que son dos cosas: lo de la comprensión pasa porque, como dice Griselda Gambaro, es necesario entender un poco. Entonces, me parece que no hay peor infelicidad que la de no entender para qué está uno, la de no saber qué hacer con su vida. Lo que te puedo decir con todo esto que estoy balbuceando, es que los personajes míos nunca buscan la felicidad: buscan entender. Me parece una cosa mucho más profunda que buscar estar contentos o sentirse satisfechos. Es la búsqueda de un sentido.

-En muchos casos buscan una revelación también, una revelación que esclarezca el destino.

-Una experiencia, sí.

-En el último libro, en uno de los cuentos, hay una madre y una hija que después de 50 de un naufragio al que sobrevivieron, cuentan su historia.

-Ese cuento me gusta mucho.

-Y en el relato se dice que no lo cuentan porque lo entendieran, sino que lo cuentan para entenderlo. Me da la impresión que vos también contás historias…

-…para entenderlas, sí. Porque además el hecho de escribir es una experiencia, y como toda experiencia, uno cambia después de escribir. Por eso también me cuesta tanto o soy reticente a definirme. Después que gané el Premio Clarín me hicieron muchas entrevistas. Vos tenés que ir y empezar a contestar todo lo que te preguntan. Y me doy cuenta de que, sobre todo las preguntas que vienen a definirte en términos de literatura, son contraproducentes. Porque si yo empiezo a escribir una novela es porque quiero cambiar; entonces la propia experiencia de escribir me vuelve otro. Cuando yo termino de escribir una novela no soy el mismo que la empezó. Pero cuando la publicás te preguntan como si fueras el mismo que la escribió. Entonces es como si durante mucho tiempo yo hubiera contestado como si fuera el mismo que escribió Inglaterra, como si yo pensara lo mismo. Hasta que en un momento me di cuenta y dije: no, no soy el mismo. Es como si uno estuviera cambiando todo el tiempo y las preguntas, tanto de los periodistas como de la crítica sobre todo, o de las encuestas, si uno no se cuida te inmovilizan. Y eso es muy peligroso, sinceramente es muy peligroso.

-Siendo que los temas de alguna manera se repiten, los escenarios, la Patagonia, los indígenas. ¿No tenés miedo de que te encasillen como "Leopoldo Brizuela es el que escribe sobre indios y la Patagonia"?

- Sí. Claro que tengo miedo. Pero eso es algo muy profundo que uno siente. Porque por ahí, todos los libros de Saramago uno los puede ver más o menos parecidos pero seguramente él siente que cada uno distinto. De lo que hablo es que yo tengo que sentir que cada uno es distinto; no me importa si después todo el mundo cree que es lo mismo. Pero siento que tengo que estar cada vez más cerca de algo que es secreto. Yo siento por ejemplo que lo que estoy escribiendo ahora está más cerca del secreto mío de lo que estaban los libros anteriores. A lo mejor después es igual, pero uno tiene que sentir que lo que está escribiendo es algo que no escribió antes. Por lo menos me pasa a mí. La verdad que no puedo entender la gente que puede escribir repitiéndose.

-El mercado a veces lo exige.

-El mercado también tiene una mecánica parecida, porque si a uno le va bien con un libro, lo que esperan es que te repitas. A un director al que también le encantó un libro, también quiere que te repitas. Y uno quiere todo lo contrario: cuando yo siento que me estoy repitiendo, en realidad yo no disfruto más de lo que escribo. Y si no disfruto, por un lado no puedo escribir y por otro lado siento que soy muy deshonesto. Es como si todo te pidiera que te repitieras y vos por un lado sabés que repetirse es matar el placer.

La música de las palabras

"Nunca sé -explica Brizuela- cuándo hablo yo en la escritura. Yo creo que estoy menos en las palabras que en el armado. No estoy detrás de ninguna de las palabras textuales".

-¿Te sentís más cerca del armado de la historia en general que de las palabras?

-Lo que quiero decir es que lo que opino cuando escribo está mucho más acorde con las historias, con lo que armo, que en las propias palabras de mis personajes, o de los narradores. Quiero decir: yo por ahí a un personaje le hago decir: "Qué lindo está el tiempo", y hago que llueva. No digo: el personaje está equivocado.

Brizuela es un escritor reconocido por su capacidad para tratar los silencios, para hablar de lo que pareciera que no se puede hablar. Además, parece un tipo silencioso. Aunque luego de la reticencia inicial se va soltando con el correr de la charla. Habla pausado, meditando largamente cada frase. Así escribe: su estilo es minucioso, prolijo.

-Lo que se nota es un cuidado especial por cuidar cada frase.

-Sí, pero eso me sorprende porque me parece que tendría que ser todo el mundo así. Pareciera que cuando está bien escrito, se nota demasiado, y no se tendría que notar. Además en mí hay un sentimiento muy profundo de la literatura como música. Un cuidado de la prosa, de la masa sonora de la lengua. Lo que yo escribo es muy musical, y es musical antes de ser significado. Esto también lo decía Virginia Woolf, creo que todos los sentimos: uno siente que antes de las palabras va trabajando con ese ritmo, y que se van poniendo las palabras de acuerdo a la música. Creo que es eso lo que impresiona, más que cuidar otra cosa. A lo mejor es lo que percibe la gente. Cuido la musicalidad.

-En muchos casos pareciera que las historias están escritas para ser leídas.

-Sí, sí. Porque son orales. Esto es muy interesante. Porque inclusive hay un tono muy cercano a la literatura oral. Y la literatura oral aparece mucho. A veces construyo teorías y tengo miedo de que sea un poco idealizado, pero me parece que debe haber algo de eso, que vengo de una familia en la que las historias circulan oralmente, en mi familia no son lectores ni mucho menos. Y la idea del tono un poco alto. Porque además es el tono de las historias que se cuentan. Mi prosa ante todo da la impresión de "te voy a contar lo que le pasaba a la tía en el año '44". Así es.

Indios

-¿Por qué los indios? ¿Cuál es el primer contacto de Leopoldo Brizuela con los indios?

-Es una pregunta rara. Tengo una bisabuela que es india. Mi viejo es muy grande, tiene 87 años, y mi bisabuela debe haber nacido en 1850. Entonces, supongo que por ahí. De todos modos, la cultura argentina presupone que el que aprende a leer ya no es más indio. Pero yo acá en Buenos Aires veo todos los que están en una obra trabajando tienen caras de mapuches. ¿Cuándo dejaron de ser indios, cuando aprendieron a leer? O en una villa… Me acuerdo cuando estaba escribiendo lo de Ceferino, y pasa un pibe en el tren a venderme una estampita de Ceferino, ¡y eran iguales!

A medida que habla el escritor parece ir encontrando poco a poco las respuestas que busca. "De todas maneras -dice-, lo que yo hago no es trabajar sobre los indios. Es trabajar sobre cómo imaginamos a los indios. Lo que yo toco es nuestra incapacidad para imaginar que la otra cultura puede ser distinta. Nosotros o los ingleses. Pero todo lo que se proyecta. No son los indios lo que me interesa."

-De ahí por ejemplo que se llame en los relatos a los indios por el nombre que les ponían los criollos o los ingleses.

-Sí, sí. Bueno, a partir de esa famosa anécdota de Darwin, creo que es Darwin, que le preguntó a un indio: "Yo soy inglés, ¿y vos qué sos?", y él le decía "yagán", y esos son los yaganes, cuando en realidad "yagán" es "yo no entiendo lo que usted me dice". Entonces todo el pueblo se llamó "yo no entiendo lo que usted me dice".

"En realidad no es los indios sino el genocidio. Esa incapacidad de imaginar lo otro, y percibirlo como algo diferente. Eso va de la mano de una voluntad exterminadora. Yo me encontré, después de haber trabajado mucho tiempo con las madres y de haber vivido la represión y la guerra de Malvinas, yo sentí que, un poco como hace Rivera, que podía hablar mucho mejor de los desaparecidos y de todo lo que me había tocado vivir, como una metáfora del genocidio indígena. Y creo que es bastante obvio, cuando hablo de Ceferino, es una especie de hijo de desaparecidos. No porque yo haga una cosa de tesis: voy a decir esto, sino porque yo sé naturalmente lo que puede llegar a ocurrir. La madre era una cautiva, entonces sé lo que puede llegar a pensar, a no pensar, lo que no se anima, lo que le da bronca de los demás, porque bueno, conviví todo el tiempo con eso. Y por otro lado tengo una libertad mucho más grande, porque con respecto a ese tema estamos todos muy controlados. Muy controlados.

-Son muy claras las alusiones en algunos casos.

-Sí, sí, porque además lo hago a propósito.

-Por ejemplo cuando a Ceferino se lo quita de su lugar para darle una educación.

-Lo llevan a la ESMA. Bueno, eso es verdad. No era la ESMA porque todavía no se llamaba ESMA, pero era la Escuela de la Armada. Y duró una semana, eso es cierto. Porque parece que Namuncurá, que era una figura muy extraña, cuando llegó a Buenos Aires le pidió a un milico que lo colocaran en un colegio, y esta persona lo colocó ahí. En la Escuela de la Armada.

-Inclusive en un párrafo, que es donde se menciona la ESMA, aparece también la palabra "obreros" y la Plaza de Mayo.

-Ah, eso no lo pensé. Pero por ejemplo Inglaterra, que la escribí en el 94, en la escena final, cuando están todos los chicos indios que se están muriendo y entra la chica que tiene la Misión a cargo, y el otro personaje le dice: "Son los hijos". Cinco meses después se fundó HIJOS, la agrupación. Y yo lo dejé. Fue muy impresionante.

-Claro, vos lo pusiste antes.

-Sí. Después lo empecé a corregir, pero eso lo dejé.

Los años del terror

Leopoldo Brizuela nació en La Plata en junio de 1963. Su primer galardón literario lo obtuvo en 1977. La leyenda cuenta que lo escribió y lo presentó en secreto. "En realidad, nunca le muestro a nadie lo que escribo", dice él. La pregunta apunta a si con esos jóvenes 14 años era conciente de lo que sucedía en el país por entonces.

-No, yo no estaba tan conciente, y nadie lo estaba. Es uno de los temas que me apasiona, y que trabajo en mi literatura. Yo estoy completamente seguro de que todos sabían. Pero la forma de saberlo es muy complicada.

-¿Vos cómo lo viviste?

-Por ejemplo, es el día de hoy que yo no puedo salir sin documentos, porque sé que si no estoy desaparecido. A mí me llama la atención que gente más joven salga sin documentos, porque si te agarran sin documentos… porque a mí me pasó, en el año 76. Otro ejemplo: no puedo pasar por delante de un edificio público, por la vereda, porque no se podía, te bajaban de un tiro. Entonces esos son saberes. ¿Por qué uno en esa época sentía eso? Porque sabía que en algún lado no eras más. Y después porque en La Plata fue feroz. Ahora, no sería verdadero si yo dijera que me ocultaba por eso, no lo sé. Porque además era un grado de alienación muy extraño para sobrevivir. Yo me acuerdo viendo la tele, mi vieja ahí al lado mío y las balas en la puerta. Y bueno, sí, era un poco horroroso, pero no es como pensarlo ahora; era como acostumbrarte, como tratar de sobrevivir en una cosa espantosa.

-Es un poco lo que trabajás en tus libros.

-Lo que yo estoy trabajando es por un lado para entenderlo y por otro lado para que nunca pierda la violencia. A mí me gusta pensar por ejemplo, lo que dice Primo Levi,: el que murió no es lo mismo que el sobreviviente. Es una cosa que nunca se va a poder recuperar. No es ni mejor ni peor, pero es una cosa distinta. Y eso me interesa, girar alrededor de un silencio. Bueno, creo que todas mis obras son eso.

-¿Considerás que es casi ineludible este tema en los escritores de tu generación?

-Sí, sí. Creo que está en todos, incluso en los que menos parece. Por eso, también es cierto que con la dictadura tan feroz surge todo este tipo de movimientos, que me interesan mucho más que los partidos políticos, a los que primero les pasó como experiencia una cosa tremenda y de ahí se recompusieron. De última, a todos mis personajes les pasa eso. Como que están atravesados primero por la historia: la historia los hace pelota y tienen que entender después para reconstruirse. Pero esa reconstrucción es de una manera nueva. Lo cierto es que creo que la política está en todos nosotros. En algunos casos mucho más, como en (Marcelo) Birmajer, mucho más visible y a la antigua, digamos. Birmajer es un tipo que a mí me encanta. No está en mi posición política, pero trata todo el tiempo de poner el dedo en la llaga en esos lugares comunes políticos, y en esas cosas que no nos animamos a pensar. En Pablo de Santis la sensación post-genocidio está todo el tiempo; y mucho más, aunque él no lo crea, en imágenes concretas. En los títulos: "El teatro de la memoria", por ejemplo. Estamos muy atravesados por eso. Todo eso es muy obvio.

-En ese caso se puede decir que lo cuentan para tratar de entenderlo.

-Sí. O porque somos eso, ¿no? Porque somos eso. Sí, para entenderlo creo que sí. Porque además está la idea, por lo menos en lo que yo escribo cada vez más, la idea de que la historia no es el pasado. El pasado no existe. La historia es algo que uno tiene en la cabeza y es una entidad del presente también, es una representación del pasado. Entonces si vos modificás una cosa de la historia concreta, también cambia el presente. No es una cosa del pasado unívoco. Y ese pasado opera en mí. La idea que yo tengo del pasado me condiciona ahora, por ejemplo, al momento de saludar a mis vecinos o no.

Con 40 años recién cumplidos, esa edad en la que un escritor puede alcanzar la madurez, Leopoldo Brizuela es un narrador consagrado, un artesano de la palabra reconocido por propios y extraños. Escribe para entender. Y ahí va: edificando el presente, haciendo su propia historia.

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