10.9.05

"En la Argentina sobra el pretexto y en realidad se carece de talento"


De 1971 en adelante, Jorge Asís publicó dos libros de relatos, uno de crónicas periodísticas y 19 novelas, muchas de ellas consideradas brillantes. Fue “el fenómeno Asís” en 1980, cuando Flores robadas en los jardines de Quilmes vendió 180.000 ejemplares en un año. Sin embargo, el ambiente de la literatura no lo cobija como uno de sus miembros. Sufrió la marginación desde que publicó Diario de la Argentina, novela en la que expone al sol la intimidad del diario Clarín en los años de la dictadura, durante los cuales él escribió en ese diario. Fue periodista, funcionario y diplomático, y hoy en día es más reconocido por sus apariciones televisivas para opinar sobre política, que por sus libros. Siempre corrosivo, conversador polémico y exquisito, hace poco un periodista lo definió como “el último menemista”. Me recibió en su casa y dijo: “En la Argentina sobra el prejuicio y el pretexto, y en realidad se carece de talento”.

-Cuándo uno lee sus obras tiene la impresión de que es muy autorreferencial, de que usted fue contando su vida a lo largo de sus distintas etapas. ¿Es tan así, o en realidad hay mucho de ficción?
-Es así en parte de mi obra. Toda la primera parte tiene cosas autorreferenciales, que tienen que ver con mi barrio y con mi familia. Mi primera novela, Don Abdel Zalim, está inspirada en la figura paterna. Para escribir sobre Don Abdel Zalim, que es el libro que a mí me hace escritor, empiezo a profundizar sobre Villa Domínico. Y hago mucha literatura con un tipo, Rodolfo Zalim, que es mi alter ego y que después se convierte en algo permanente. Lo retomo muchos después en Del Flore a Montparnasse. Ahora, en lo que tiene que ver con lo específicamente autobiográfico, eso es el secreto de todo el entramado de la literatura. Uno en cuanto pone la palabra “yo” empieza… a mentir. Yo hago literatura, no estoy contando aspectos de mi vida.

-¿El libro más autorreferencial cuál fue?
-Quizás el libro mío más autobiográfico fue Cuaderno del acostado. Ese sí que fue autorreferencial en serio, porque tenía que ver con episodios de mi vida. A medida que yo lo iba escribiendo tuvo un rol terapéutico, porque me ayudó a superar una etapa absolutamente despreciable, nefasta de mi vida. Como la culminación de todas las cosas que tienen que ver con las peripecias del Asís escritor, y que tienen que ver con su alter ego en la literatura. Hay cosas de mi biografía que marcan muy fuertemente mi trayectoria: mi paso por Clarín, en mi juventud mi paso por el Partido Comunista, cierta manera de contar… hasta de entender la literatura.

Alegorías

-Una vez leí un comentario sobre su novela La línea Hamlet o la ética de la traición, del año ’95. Decía que es una novela alegórica que nadie entendió. ¿Es una alegoría de la política argentina en ese momento, en los años 90?
-Sí, en realidad es mi novela política. Que nadie quiso entender. Es una novela que está escrita de una manera necesariamente alegórica. Los personajes están en Europa, se combina la interpretación de la Europa luego de la caída de la Unión Soviética con la situación argentina. Todos los que más o menos estaban en condiciones de entender, sabía quién era cada uno de los personajes, había muchas señales internas como para que se dieran cuenta. Yo no voy a sacar la lista de los personajes, pero una revista, la que edita el centro de estudios de Rosendo Fraga, se encargó de eso y los acertó todos. Así y todo no lo quisieron entender. Y me preguntan “cuándo va a escribir la novela del menemismo”, y ya está escrita. Cualquiera que la ve… Cavallo, di Tella, ahí están.

-¿Y quedó conforme con ese libro?
-Fue un intento. No sé si me salió bien, yo creo que es una novela bastante interesante. Fue narrar sobre esa época de otro modo. Porque a mí la verdad, esta literatura, estos libros de autoayuda que se les llama políticos, que son denunciadores, que tienen mucho que ver con ese vacío que el periodismo le conquistó a la literatura… Hay toda una cuestión que tiene que ver con el mundo mediático y con productos aparentemente literarios porque tienen la forma de libro, y el periodismo, que suplen el espacio que tendría que haber ocupado la literatura. Y que en otras épocas la literatura ocupó.

-¿Usted a qué cree que se debe que el periodismo ocupe ese espacio?
-Un poco por efecto de la única revolución triunfante en el último siglo y medio: la revolución mediática. Fue lo único que revolucionó todo. Las costumbres de un tipo desde su infancia hasta su adultez se modificaron sustancialmente. Yo que soy un tipo que todavía está en actividad, manejo elementos que hace 20 años ni siquiera hubiera podido creer que iba a llegar a manejar. No estamos lamentablemente en la época de Alejandro Dumas o de Balzac, donde había un tipo supuestamente esperando los textos. No hay ni siquiera un tipo como (Boris) Spivacow, un capítulo de la Literatura Argentina esperando cada semana en los kioscos. Ni pasa como antes que tenía algún tipo de interés lo que dijera cualquier revista sobre determinado libro. Ese espacio la literatura lo perdió.

-¿Y hay alguna posibilidad de que lo recupere?
-Yo no soy tan optimista… Me parece que en general el escritor no es consciente de esto. Porque el círculo cerrado que representa la literatura, para bien o para mal, como diría el tango, yo no lo integro. Ese circuito interno de muchachos que leen los suplementos literarios, y tipos que se critican y se felicitan unos a otros. Yo lamentablemente, o felizmente, no tengo que ver con ellos. Creo también que lo que se escribe en la Argentina pasa por ahí. Yo soy, modestamente, un lector de la literatura universal, por mi conocimiento de idiomas, por mi formación, por mis viajes, y puedo decir que el estado de la literatura argentina es infinitamente inferior, no solamente al de la norteamericana, sino también comparado con el de literaturas de Europa. Después dicen “no hay repercusión de las novelas argentinas”, de lo que se produce… Simplemente vas a Londres y vos ves la producción de escritura y de creatividad que viene de aquel lugar, y te das cuenta de que acá son todos pretextos.

-¿No influye en esto la situación económica?
-En la Argentina sobra el prejuicio y el pretexto, y en realidad se carece un poco de talento.

-Digo porque quizás hay muchos escritores jóvenes que no tienen la posibilidad de acceder a ese círculo cerrado del que usted habla.
-Mirá, si aparece un Proust o un Martin Amis en Valentín Alsina o en Tapiales, va a aparecer. Pasa que a veces hay más declaraciones de principios que en la Constitución, son todos preámbulos, son todas largas anunciaciones. Pero yo voy a la obra, y si a vos te muestran de los últimos tres años… no hay nada.

-¿Porque ahora usted publica tan poco?
-Porque no tengo el menor interés de seguir tirando libros como quien tira una moneda a una cloaca. Esa pasión por verme en letra impresa ya no me moviliza. Puede ser una traducción… Pero volver a tirar libros en la Argentina, con el antecedente de lo que pasó con mis últimos libros, ¿para qué? Siento que molesto. Si yo llego a publicar los libros que estoy escribiendo voy a tener que decir “perdón por seguir publicando libros, no quiero incomodarlos, perdonenmé”. Yo debo tener ahora más o menos, entre aquella computadorita que tengo allá (una laptop que descansa sobre una pequeña mesa), y la que tengo aquí, debo tener 17 ó 18 archivos abiertos de obras nuevas. Y algunas bastante avanzadas.

-¿Ahora sobre qué escribe?
-Nadie tiene la menor idea. Como yo me hice una adaptación a este hábitat, no cuento nada. Acá tengo por ejemplo un relatito que imprimí, que se llama “Matemáticamente indeseable”. Es chiquito y muy divertido, una pequeña ficción, es de un político que lee una encuesta de Ferrero y Asociados que dice que tiene 7 por ciento de imagen positiva, 30 por ciento de negativa. Si lo ve algún amigo mío ya me empieza a decir para publicarlo en algún lado. Pero así estoy cargado de cosas que estoy escribiendo. Mirá: todos esos cuadernitos que ves allá… Otoñales, es una novela sobre damas, es muy divertida. Hay un librito que es lo que me sobró de Excelencias de la Nada, que me parece que es una novela muy interesante. Hay muchas cosas, de los mejores capítulos…

-¿Capítulos que quedaron afuera?
-Sí. Para un escritor es muy difícil omitir. Hay capítulos que eran de esa novela, los más bellamente escritos, con una diversión infernal, una visión muy crítica de las organizaciones internacionales, pero si yo dejaba esos capítulos, me dispersaban la atención. Entonces omití esos relatos. Así es como me salió La calle de los caballos muertos, que es en realidad un desprendimiento de Canguros III.

“Yo soy un contador”

-Usted publicó muchas novelas y casi todas ellas largas. Escribe mucho.
-Yo soy un tipo de escritor que, sin ser grafómano, entre Balzac y Rulfo prefiere a Balzac. Yo soy un “contador”, no soy un tipo que quiero en cuatro párrafos escribir la síntesis de la verdad universal. Yo quisiera escribir la Biblia. Sí, soy un tipo que escribe mucho. Aquí veo relatitos tipográficamente novelados, tipos que quieren ser novelistas sin escribir novelas. Y quieren ser “malditos” sin cometer ninguna maldad. El tipo quiere salir en el diario, en cualquiera de los grandes suplementos, como “maldito”. Y no es así. Pero yo felizmente prescindo de la literatura como manera de vivir y de existir.

-¿Qué cree que cambió en su literatura entre sus primeros libros y los últimos? En uno de sus últimos libros usted decía que sus primeros libros fueron escritos “arrebatadamente”.
-Por supuesto. Eso tiene que ver con la creencia de que la literatura tiene que ver con la revolución, muchas presiones que tienen que ver con la época también. Yo sentía, y en algún momento lo digo, lo reconozco, que esa visión del mundo y que yo le quería dar a mi literatura, me acotaba. Yo sentía que en mis comienzos no era libre de contar las cosas de mi papito y mi mamita. Pero en un momento le hago decir a uno de los personajes, creo que en Don Abdel Zalim: “Pero tenés que escribir para contarla”. Y era un momento demasiado estricto, hasta el éxito podía cegarte un poco. Lo que pasa es que sería muy triste que vos, en vez de preguntarme esto, resaltaras ejemplos de coherencia. Que yo hubiera sido el mismo tipo desde los 20 años hasta la sesentena que merodeo. Yo tengo 57. Y cambió el mundo, se cayó la Unión Soviética: no se puede pretender que yo sea el muchacho que escribía cuando estaba en el Partido Comunista. Sí la pasión es la misma.

-Usted publicó mucho de muy joven.
-Sí. Yo era famoso antes de ser culto. Obviamente, yo no podía haber leído tanto cuando tuve algún premio y algún reconocimiento internacional por mi novela Los reventados, porque la publiqué cuando tenía 27 años. Era un tipo joven en serio. Ahora, cuando aparece un tipo que tiene 40 años y todavía lo toman como un escritor joven, a mí me da un poco de escozor. Yo a los 24 años publiqué La manifestación, y a los 26, Don Abdel Zalim. Y ya tenía críticos… Cuando llego ya a un espacio como para hacer un balance de mi obra, con Fe de ratas, yo tenía 30 años.

-Ése es el momento que usted marca como el fin de una primera etapa.
-Claro. Después, con el paso del tiempo el rigor es otro en la escritura. Pero hay novelas como Lesca, como Del Flore a Montparnasse, que tienen mucho que ver con aquella pasión. Y hay mucha lectura. Cuando yo publiqué mis primeros libros apenas hablaba el español; hoy manejo cuatro o cinco lenguas. Entonces, la expresión es otra, vos no podés no notarlo. Sería torpe que yo quisiera demostrar que soy la misma persona, ¿cómo voy a ser la misma persona? A mí me parecen patéticos algunos de los tipos que conozco mucho y a quienes desde mi juventud los veo diciendo las mismas tonterías. Y ya pasaron 30 años.

Cuestión de respeto

-Un hecho que me llamó mucho la atención fue su decisión de sacar sus libros de circulación, en 1989 o ’90, para evitar que llegaran a las mesas de saldos.
-No lo merecían mis libros. Lo hice por respeto a ellos, para protegerlos.

-Además era como un respeto para usted mismo.
-Claro. Aparte yo no podía manejarlo, estaba afuera. La cola de calumniadores se había atenuado simplemente porque ya hasta habían decidido ignorarme. ¡Era el olvido, era la nada! No fue fácil sacarlos de circulación, porque los editores no están acostumbrados a que vayan a pedirles que si se agota alguna edición no la editen más. Sacarlos fue además una manera de recuperar todos los derechos de autor. Pero más que nada por una cuestión de respeto.

-Ahora se han reeditado algunos de sus libros.
-Sí. Sudamericana sacó seis títulos míos en pocket. La elección de esos seis fue un acuerdo, algunos de entre los que más se conocen, y con otros hice justicia, que son los que más me gustan a mí. Los títulos son Don Abdel Zalim, Los reventados, Fe de ratas, Flores robadas en los jardines de Quilmes, La calle de los caballos muertos y Partes de inteligencia. Y no salió una sola mención en ningún lado. Pero ante esto, para mi satisfacción, está el dato ¡de que se siguen vendiendo! Y la gente me llama, compré tal libro, regalé este otro… Pero por eso yo digo, tirar más libros míos acá, ¿para qué?

-¿Si fuera en el extranjero publicaría?
-Depende, porque tampoco hay un interés. Si hay alguna traducción podría ser, por ejemplo en Rusia. Eso me divierte un poco porque tengo ganas de volver a Rusia. Yo fui en varias ocasiones pero antes de la desaparición de la Unión Soviética. Lo demás… son mitos consagratorios. Viví demasiado en Europa para tomarme en serio esta cuestión del reconocimiento. Pero en los casos anteriores, para lo que más me servía a mí la traducción era para que se comentara un libro mío, porque se decía que “era traducido al francés”. Cuando lo considere necesario publicaré, pero no voy a volver a tirar más libros.

-En Flores robadas y los otros libros de esa época hay una versión muy descarnada y cínica de lo que sucedió. Y usted tenía amigos desaparecidos. ¿Recibió muchos reproches?
-Cada día. Todos los días y de todas partes. Y la verdad, no creo haberme equivocado, con los vaticinios por ejemplo. Hay un ensayista que sostiene que mi literatura se anticipó 30 años a lo que iba a suceder. Me parece que está interesante. No sólo porque La calle de los caballos muertos alegóricamente se anticipara a la irrupción de la violencia. Si vos ves la violencia de hoy en día, me parece que no fue una visión tan descarnada. Cuando veo que algunas frases de mi novela Los reventados: “Perdimos los radicales pero ganamos los peronistas”, “lo importante es sobrevivir”, y todo eso tiene una vigencia… que también se encuentra en El Buenos Aires de Oberdán Rocamora. El primer artículo de ese libro, “El porteño en su jungla”, parece que hubiera sido escrito la semana pasada para un diario de distribución masiva. Yo banco hasta la última palabra de lo que escribí. Algunas cosas me deben haber salido un poco mejor, y otras no.

“Tendría que escribir más”

-¿Cómo se define a sí mismo en este momento?
-Yo soy escritor. Lo digo siempre que me preguntan de cualquier medio, o si voy a cualquier lugar. A mí muchas veces hasta por cumplido me dicen embajador, y no lo soy. Yo fui embajador, como fui periodista, como fui funcionario político. Yo soy escritor, un profesional de la palabra.

-¿Y cómo se proyecta hacia el futuro?
-Me gustaría ser director de un diario. Yo dije que por mi vocación política dejé el periodismo para dedicarme directamente a la política. Por vocación de poder. Hoy, por esa vocación de poder y mi análisis del poder, pienso en dirigir un diario. También me imagino tal vez no viviendo acá. Me veo más regresando. Un poco porque se extraña, pero por una cuestión también de respeto a la propia privacidad. Por distintas cuestiones soy mucho más famoso de lo que a veces me interesa. Esa fama tiene a veces cosas muy lindas, pero hasta el tipo que te tiene bronca te quiere presentar a la tía, porque te vio por televisión y le pareciste un tipo simpático. Pero tiene muchas cosas que vos no querés hacer. Me imagino más en un lugar frío, tal vez, escribiendo mi obra. Es casi seguro que lo haga.

-¿Le gustaría publicar sus obras completas?
-Sí, sí. Incluso en algún momento un amigo que vende libros a crédito, me propuso publicar toda mi obra. Con un papel de Biblia. Y venderlo. Pero no le daban los números… Además, me quedo corto. Tendría que escribir más.

-Podía ser una vez que publique todas las cosas que tiene como archivos. Usted decía que quiere estar “en el frío terminando su obra”, así que algo debe faltar.
-Solamente con pasar todos los textos, los artículos, los bocetos de cuentos, hay muchísimo. Hay una novelita corta que se llama Tulipanes salvajes en agua de rosas, que una amiga mía me reclama porque la conoce y porque yo demoro infinitamente y a propósito, porque no tengo ganas de publicar. Tengo las Otoñales, los restos de Excelencias de la Nada, pero no me quiero tentar a sacar libros. No quiero.

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