1.1.09

Los 90 del cazador oculto

J. D. Salinger –Jerry para sus (escasos) amigos– no leerá este artículo, por supuesto. No leerá tampoco ninguno de los miles que en todo el mundo se publican hoy en ocasión de su cumpleaños número 90. Pero, a la distancia, desde su retiro voluntario de las afueras de Cornish, una pequeña ciudad en el estado de New Hampshire, nos despreciará a todos los que nos dedicarnos a escribir sobre él. Ese es el destino que eligió este escritor, uno de los más grandes que dio la literatura de Estados Unidos en el siglo XX, mito viviente que lleva décadas recluido, sin hacer apariciones públicas ni dar a la luz –ni a la legión de lectores que lo adoran– nuevos textos.

El cumpleaños, sin embargo, no pasará inadvertido para esa legión. Esos que, por ejemplo, dicen en un grupo de Facebook: “Todavía no sé por qué se suicidó Seymour Glass”. Los que no pueden evitar pensar en este personaje –el eje central de gran parte de la obra salingeriana publicada– cada vez que Seymour Skynner habla de su participación en una guerra (la de Vietnam). Los que releen incansablemente los cuatro volúmenes que Salinger nos legó, los que eligió dar a la imprenta, antes de decidir que “eso de publicar es un fastidio” y que “más le valdría al pobre imbécil que se deja atrapar por esa cuestión pasearse por la avenida Madison con los pantalones bajados”.

Esa es su opinión, si es que hemos de creerle a Joyce Maynard, la escritora norteamericana que vivió una traumática historia de –digamos– amor con Salinger, cuando ella tenía 18 años y él 53. El libro de memorias de Maynard, At home in the World (editado en español como Mi vida), cuyo episodio central consiste en ese romance, es uno de los textos a los que los fanáticos de Salinger acuden en busca de algo sobre él.

Y es que hay tan poco que el síndrome de abstinencia es muy fuerte: una biografía de Ian Hamilton, In Search of J. D. Salinger, que el propio Jerry podó por medios judiciales hasta el punto de hacerla decir poco y nada; otra biografía, escueta y pobre (Dream Catcher: A Memoir, traducida como El guardián de los sueños), escrita por su hija Margaret; el libro de Maynard, y los datos de fichero que aporta la Web: que nació el 1 de enero de 1919 y se crió en el seno de una familia judía de Nueva York, que combatió en la Segunda Guerra Mundial y formó parte del desembarco en Normandía, que publicó sus primeros cuentos en The New Yorker a fines de la década del 40…

UN CHICO EXTRAORDINARIO

Su libro más famoso es una novela, la única que publicó: The Catcher in the Rye, traducido como El cazador oculto (y también como El guardián entre el centeno). Narra el aprendizaje de Holden Cauldfield, un muchacho que se pierde en Nueva York y durante tres días tiene diversos encuentros en la ciudad. Desde esas primeras páginas, Salinger dice quién quiere ser: el personaje nos aclara que no quiere ponerse a contar “todas esas idioteces a lo David Copperfield”, porque lo aburre. Salinger tiene claro que no tiene intenciones de parecerse a Dickens. Sus parámetros son otros: Francis Scott Fitzgerald, Ring Lardner, Ernest Hemingway. Considera que tiene más talento que ellos, y además es más joven.

Eso se lo decía en una carta de la década del 40 a su antiguo profesor de escritura Whit Burnett. Esa carta, al igual que muchas otras de Salinger (un total de unas 200 páginas), se encuentra actualmente en la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos. En otra, dirigida al mismo Burnett y a Hemingway, cuenta que tiene varios cuentos y trabaja en una obra de teatro sobre “un chico extraordinario llamado Holden Caulfield”.

Rodrigo Fresán dice que hay muchos Salinger: un Salinger para todos (el de El cazador oculto), uno para alumnos de talleres literarios (Un día perfecto para el pez banana), uno para new age (Franny y Zooey) y un Salinger para Salinger (Seymour: una introducción). Como si su obra hubiera ido oscureciéndose, en previsión del momento en que el autor decidiera seguir escribiendo cada día –como dicen que sigue haciendo– pero guardarlos en una caja fuerte guardada dentro de la gran caja fuerte que es son su casa y su vida.

No cuesta nada imaginar un escenario: el día siguiente a aquel en que los medios anuncien la muerte de J. D. Salinger, sus hijos y demás herederos salen a decirle al mundo que hay cientos, miles de páginas inéditas para publicar, para beneplácito de lectores, editores y sus propias cuentas bancarias. Aunque tampoco es difícil imaginar que Salinger queme o haya quemado todos sus papeles (y a él sí que no lo vemos dejándole el encargo a un Max Brod complaciente). Y tampoco se puede descartar que en realidad no haya escrito nada más. Porque no le diera la gana, a lo Juan Rulfo.

AÑOS

En cualquier caso, la respuesta, si llega, llegará cuando el viejo Jerry decida terminar de irse de este mundo. Pero ¿cuánto falta para esto? Nadie lo sabe, pero tal vez mucho. Salinger, según cuenta Maynard, aspiraba a vivir 120 años, para lo cual se alimentaba con una dieta repleta de prohibiciones y compuesta casi exclusivamente por nueces, pasas, hortalizas, algunas frutas, palomitas de maíz y carne triturada de cordero, que se cocinaba durante un tiempo preciso a exactos 65 grados. Si el régimen surte el efecto esperado, habrá que esperar hasta 2039 para saber el final de la historia.

¿O puede haber otro desenlace? Parece difícil: cuando no es el propio Salinger el que hace todo lo posible para evitar que algo de su vida se haga público, como en el caso de la biografía de Hamilton, se activan otros sistemas de defensa. Peter Norton, el creador del famoso antivirus que lleva su nombre, pagó en 2002 más de 150 mil dólares por las cartas de Salinger que Joyce Maynard decidió subastar; las compró para devolvérselas al escritor o “para hacer con ellas lo que él desee”.

Mientras, los miles de fanáticos que en todo el mundo hacen de El cazador oculto y sus demás libros best-sellers constantes sueñan con una aparición como la del personaje de Sean Connery en Descubriendo a Forrester, película inspirada en su vida. Se imaginan la sorpresiva aparición pública de un anciano muy delgado y de pelo blanquísimo señalando la vieja foto de un muchacho con ganas de llevarse el mundo por delante, y diciendo: “Soy J. D. Salinger. Aquel que está allá”. Pero de los aplausos que vendrían después, el viejo Jerry, a sus 90 años, no quiere saber nada.

No hay comentarios.: